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EMPRENDEDORES NATOS Y EMPRENDEDORES FORZADOS

Se sabe que a la mayoría de nosotros (en todas las sociedades, tanto en las post-industriales como en las más primitivas) no nos gusta (por lo general) emprender y enfrentar el “océano” de riesgos que significa hacer empresa y tener la posibilidad de perderlo todo. Somos adversos al riesgo y, más aún, a la incertidumbre; preferimos en general la comodidad y la seguridad de ser empleados. Pasa en los países del primer mundo y pasa en las sociedades tradicionales, pero con una gran diferencia. En las sociedades pre-industriales, como no ha habido desarrollo industrial, profundo y real, no hay empleos para todos. No sólo no hay empleos para todos en el subdesarrollo, lo peor es que el empleo que hay no se ha caracterizado precisamente por esa curva creciententemente sostenida del salario real que, por ejemplo, ha generado en el siglo pasado, la gran expansión del desarrollo americano. Dada nuestra aversión al riesgo, nuestro sueño, nuestro anhelo, para nosotros y para nuestros hijos, es un empleo bien remunerado. Aunque más no sea estatal.

Como regularidad estadística de los países con más alto nivel de ingreso per-cápita, sus emprendedores y empresarios se contabilizan en un promedio de 12,8% de sus fuerzas laborales (Noruega, 6,7%; EE.UU., 7,5%; Francia, 8,6%) mientras que en los países pobres el promedio está entre el 30 y el 50% (Ghana, 66,9%; Bangladesh, 75,4%) (Ha-joon Chang, lámina mayo 2018). En Paraguay el promedio de los emprendedores es más bajo que en el de los países desarrollados. Son 172 mil, el 5% de la fuerza de trabajo (Datos de la Encuesta de Hogares del 2017, DGEE). Este 5% es emprendedor nato, pero no es garantía que su emprendedurismo lo haga escapar de la pobreza. Cerca del 7% de estos empleadores son pobres. Hay emprendedores natos, pero netamente pobres. No es fácil enfrentar ese proceso de “destrucción creativa” del que hablaba Schumpeter (1942), como hecho central del capitalismo, que involucra a la actividad empresarial. Nos puede ir bien, pero también muy mal. Y lo peor, ahora sabemos que un componente central del éxito empresarial es la suerte; es “casi siempre fácil identificar un pequeño cambio en la historia que pudo haber cambiado un logro remarcable en un resultado mediocre” (Kahneman, 2011).

Dijimos que en la sociedad tradicional se carece de las fábricas de producción en serie para un mercado grande y en consecuencia tampoco hay empleos suficientes; la fuerza laboral que quisiera estar empleada no tiene más opción que la de emprender por la fuerza y llegar a ser un trabajador por cuenta propia o tener una pequeña empresa personal. Emprendiendo a la fuerza, para no morir de hambre, están aquí más de 1 millón de integrantes de la fuerza de trabajo, el 31% de esta fuerza. Estos son emprendedores porque no hay empleo, son emprendedores forzados. Entre estos 1 millón de emprendedores forzados, la pobreza es mayor, ya que alcanza a cerca de 300 mil de ellos. Lo positivo: el emprendedurismo forzado funciona, porque logra sacar de la pobreza al 70% de estos empresarios a la fuerza. Lógico, aquí el haber superado la pobreza es un logro sujeto a la precariedad y a la fragilidad de la baja productividad y de las restricciones sistémicas del subdesarrollo. Es una superación transitoria y frágil de la pobreza.

Puede encontrar el estudio completo aquí.